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En pleno 2025, cuando pareciera que ya habíamos superado la eterna batalla entre el dogma y la cultura alternativa, el arzobispo de San Luis Potosí, Jorge Alberto Cavazos Arizpe, desempolvó el viejo discurso del “mal moral” para intentar frenar uno de los conciertos más esperados del año en la Feria Nacional Potosina, MARILYN MANSON, el próximo 10 de Agosto.
En una carta dirigida directamente al gobernador Ricardo Gallardo Cardona, el jerarca católico pidió la cancelación del show, alegando que la música de Manson “no aporta alegría ni hermandad” y que su presencia representa una “insinuación del mal” que podría afectar la salud emocional de los jóvenes. Argumentos que, francamente, suenan más a sermón de 1999 que a un análisis social contemporáneo.
El arzobispo sostiene que, si ya se han prohibido narcocorridos por ser perjudiciales para la sociedad, entonces no tiene sentido permitir un espectáculo como el de Manson. El gobierno de Gallardo fue tajante: “San Luis Potosí es un estado laico”, respondió, y recordó que no estamos “en tiempos de la Santa Inquisición”. Fuerte y claro.
Lejos de lograr su objetivo, la carta ha encendido una polémica en redes y medios, enfrentando posturas entre los sectores más conservadores y una audiencia que defiende, con argumentos sólidos, la libertad artística y de expresión. ¿Dónde se traza la línea entre valores sociales y censura ideológica?
No es la primera vez que el metal —y sus subgéneros más oscuros— son utilizados como chivo expiatorio por sectores religiosos. A lo largo de la historia, bandas como Slayer, Behemoth o el propio Manson han sido blanco de censura por cuestionar estructuras de poder, incluidas las eclesiásticas.
Recordemos aquel ya lejano 2003 cuando en Monterrey, colectivos cristianos organizaron jornadas de oración frente al Congreso de Nuevo León. Algunos llevaban carteles con versículos bíblicos; otros simplemente rezaban. Se juntaron más de 6,000 firmas en una campaña para detener el concierto, bajo el argumento de que la música de Manson promovía el suicidio, la violencia y el satanismo.
El concierto se realizó el 5 de noviembre de 2003 en el Auditorio del Parque Fundidora. Manson apareció imponente, envuelto en luces rojas y neblina densa, ante más de 8,000 “herejes» dispuestos a desafiar la moral impuesta. Desde el escenario, lanzó su dardo:
“Tres mil cristianos no pudieron detener este maldito concierto…”
Sin embargo, el rock y el metal nunca han sido enemigos de la espiritualidad, sino de la imposición. Cuestionar no es destruir. Provocar no es corromper. La estética oscura y la crítica lírica que Manson representa, no buscan seducir al mal, sino exponer la hipocresía, la represión y el doble discurso de quienes dicen tener el monopolio de la verdad moral.
Marilyn Manson, para bien o para mal, es un ícono provocador que articula crítica social, teatralidad y confrontación artística. Su inclusión en una feria estatal no solo rompe con la monotonía del regionalismo comercial, sino que abre una puerta simbólica a la diversidad musical en espacios populares, donde casi siempre se ha marginado a la escena alternativa. En un México que enfrenta violencia real, corrupción y desigualdad, ¿de verdad lo más peligroso para los jóvenes es un cantante con maquillaje y plataformas?
La cancelación no procedió. Y qué bueno. Porque más allá del espectáculo, lo que se defendió fue el derecho a la diferencia, a la provocación, y a la música como lenguaje de catarsis.