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Son diez años desde su debut en un escenario Chileno, precisamente abriendo a Iron Maiden y Slayer en el Estadio Nacional. De ahí, pasó un año a que repletara por sí solo el Caupolicán, y otro par de años para una tercera acá, ya como novedad en alguna edición de Lollapalooza (2017). Es una década en que Ghost, un banda catalogada como ‘rareza’ en su momento, hoy es una realidad y tanto su nombre como imagen, ha logrado forjar un distintivo que lo tiene encumbrado en el sitial de los grandes, al punto de que podemos afirmar que el relevo para los Purple-Priest-Maiden-Metallica ya está garantizado ante cualquier opinión escéptica.
Al igual que su espectáculo, nada es al azar en el entorno de Tobias Forge. Un tipo que ha sabido liderar un proyecto que pasó por un trance interno mientras la rompía a nivel mediático. Porque de tocar para un público selecto y lidiar con cambios de alineación inesperados -y frecuentes-, hoy se encuentra en un punto de popularidad comparable solamente con Kiss y los propios Iron Maiden. Y las 15 mil almas que agotaron rápidamente las entradas y abarrotaron el Movistar Arena, la tienen clara sobre el encanto que provoca una agrupación que triunfa y conquista donde realmente importa; la música se escucha y se ve.
Poco antes de la hora indicada en las redes oficiales, nuestros legendarios Pentagram dieron el ‘¡vamos!’ al sabbath en el recinto ubicado en el Parque O’Higgins. ‘Pero cómo van a ser teloneros de Ghost, si llevan más años’, vociferaban en redes sociales quienes, probablemente, se perdieron el despliegue de bestialidad con que la leyenda máxima del metal chileno expuso sus credenciales. La sola ‘bienvenida’ cordial de Anton Reisenegger a miles de personas que jamás habían escuchado a Pentagram, le da un sabor especial a bombazos como ‘La Fiura’ y el fundamental ‘Demoniac Possession’, solo un par de muestras de brutalidad y clase con la recepción entusiasta de un público juvenil en su mayoría. De eso se trata el asunto a estas alturas, y Pentagram Chile, más allá de su posición como referente mundial en el circuito underground, dispone su tiempo y potencia en estas instancias.
Con el Movistar Arena hecho una caldera, las luces se apagan para el zumbido de gritos y darle paso al ritual del año, con «Kaisarion» culminando la espera de seis años. Tobías Forge, en su alter-ego del Papa Emeritus, cual maestro de ceremonias dominando al público con un temple brutal, mientras sus Nameless Ghouls -así les llamaremos para mantener el misterio-, se encargan de arropar la música con una maestría derechamente abismal. Si bien el sonido no era 100% óptimo en un inicio, el coro con puño en alto de «Rats» hace olvidar el bache en cuestión. Y es que reparar en un detalle tan fino en un espectáculo como el de los suecos, puede ser injusto para el despliegue de energía con que Ghost encandila tanto a sus fans como a los curiosos.
Un arranque espectacular, y con un Papa Emeritus rememorando el arquetipo del frontman rockero de los ’70s con la teatralidad de David Bowie y el glamour de Freddie Mercury, le da un pase en posición lícita a ‘From the Pinnacle to the Pit’, un misil de heavy metal que culmina con pirotecnia y tronadores a lo grande. Y es porque Ghost juega y despunta a lo grande.
Tras el primer saludo del Papa Emeritus a sus feligreses, ‘Spillways’ nos trae lo mejor del rock AOR, pero con la energía de un clásico inmediato. Con Journey y Toto en su ADN sonoro, Ghost te da una clase de jerarquía que te pone de rodillas y, al mismo tiempo, hace saltar a un mar de gente, tanto en cancha como en platea. Pop con guitarras pesadas y teclados a brochazos de melodía irresistible, dejando en claro que su arrastre transversal es un hecho.
En el arranque de ‘Cirice’, un integrante de la producción le pide al público que retrocedan unos pasos para respetar la integridad de un público en su mayoría adolescente o familiar. Y eso le da un sabor especial al ritual, pues nos queda claro lo que realmente importa, tanto para Ghost como para su público. En el plano musical, la manera en que la música se mueve del terreno grandilocuente de Journey a la aspereza de Black Sabbath, obtiene su respuesta en un ejército que lo canta y disfruta todo. Notable ver a Emeritus jugando con uno de sus espectros guitarristas, mientras el piano y los teclados al estilo de Deep Purple y Yes circa 1972 ayudan a clavar la bandera del rock en un territorio dispuesto a ser evangelizado.
Entre ‘Absolution’ y ‘Ritual’, hay un punto en común en el directo. La soltura de Emeritus, un frontman cuyo rango vocal intercala la decadencia de Alice Cooper y el talento de Steve Perry, nos pone de rodillas. Salvo sus constantes cambios de atuendo, no necesita correr ni saltar sobre el escenario. Es su sola presencia lo que le da a Ghost un atractivo que supera lo esperado, y el desplante con que domina al público, al punto de cederle protagonismo al público en los coros. Y eso es porque, simplemente, sabe lo que realmente significa Ghost para la gente, sin doble intención ni nada.
La bajada de revoluciones en ‘Call Me Little Sunshine’, le da una atmósfera especial al ritual de Ghost, con Emeritus ya vestido como Papa. De ahí, otro terremoto de la mano de la infaltable ‘Con Clavi Con Dio’, -Emeritus con incienso papal en mano, inolvidable-, EL megahit de Ghost por excelencia. Machacante, supremo, pesado. Teatralidad llevada al siguiente nivel, con el clero proyectando su propia versión del infierno terrenal.
La rammsteiniana ‘Watcher in the Sky’ y la niebla gótica de ‘Year Zero’ culminan la primera parte de manera impecable y gloriosa. Sobretodo lo último, pues entre los himnos de estadio y los coros de iglesia la diferencia es mínima. A destacar el despliegue instrumental de los Nameless Ghouls, siempre en favor de la música por sobre el virtuosismo de clínica, y echando fuego en su sentido literal. Y ante eso, la entrega del público es tan natural como sobrecogedora.
Tras la intro ‘Spoksonat’, la cuota de emoción que aporta ‘He Is’ te pone los pelos de punta, por decir lo mínimo. Hay espectáculo, hay energía, como también hay espacio para la mística, lo que hace distinto a Ghost del resto en la actualidad. Lo que no se mide con posturas prefabricadas, sino con el poder de la imagen y las buenas canciones. Igual que en la instrumental ‘Miasma’, una muestra de nivel musical abrumadora, y donde somos testigos de lo que es Ghost en su esencia. Tremendo lo del Papá Nihil saliendo de un ataúd con saxofón en mano, como Dick Parry en Pink Floyd pero al estilo único de Ghost. Insuperable y digno de enmarcar en oro.
No es casualidad la cantidad de lugares comunes a resaltar en el sello de Ghost, y ‘Mary On A Cross’ lo grafica de manera explícita. Su coro a lo Def Leppard, un deleite para quienes sabemos del excelente estado de salud con que el rock, sea pesado u orientado al pop, remarca su dominio. Ghost es el pop de Abba con guitarras de rock pesado, y donde algunos lo ven de manera despectiva, dice bastante del fenómeno que los tiene hoy liderando festivales grandes en Europa.
El Heavy Metal filoso de ‘Mummy Dust’. De los coros de estadio a un aire más áspero y denso, con un Espectro peinándose con el key-guitar sobre un metal a la usanza de Judas Priest y Accept, con toda la chaya de fiesta al estilo de Kiss. Intachable, como el discurso de Emeritus agradeciendo al público por ‘hacer esto posible’, incluso recordando el debut en suelo chileno hace una década en el Nacional, cuando la prensa sólo los veía como un fenómeno extraño en el Rock.
La última recta del show es de ensueño, pura luz con alto brillo. La power-ballad ochentosa en ‘Respite on the Spitalfields’, el hit con efectos a la Bon Jovi en ‘Kiss the Go-Goat’, y la energía festiva de ‘Dance Macabre’, haya en todas un sentimiento de celebración hasta el sudor. Y el remate con la infaltable ‘Square Hammer’, catarsis al máximo para cerrar el que debe ser, por lejos, EL mejor evento musical del año, y sin pero que valga.
Quienes lograron obtener alguna uñeta o un billete de los chorros repartidos por Emeritus y su corte sacerdotal, son testigos y partícipes de lo que es Ghost más allá de cualquier preferencia personal. Es el recambio -no confundir con ‘evolución’, la nueva fuerza que le da al rock una presencia masiva sin transar un ápice de su integridad. Es el brillo de la música y el fulgor de un estilo que se vale por sí mismo para ser reconocido. Por ahora, esperemos que no pasen otros seis años para un próximo ritual, porque sus feligreses en Chile recibiremos con gusto la liturgia espectral las veces que sean necesarias.