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Fue un 17 de febrero de 1984, en el mítico Ruthie’s Inn de Berkeley, California, donde Megadeth debutó en un escenario. Pasado casi un año desde su salida de Metallica, Dave Mustaine puso en marcha lo que él llamaría posteriormente «la venganza contra sus ex compañeros y lo demás es historia. Cuatro décadas después, y con un catálogo discográfico con el cual se medirían muchos discos e intérpretes de Metal, Megadeth hoy es un imperio construido desde lo impensado en su momento: metal de riffs asesinos y ejecución compleja como el Jazz, con letras sobre política, historia y crítica social. Y lo más importante, su reputación como banda de guitarristas, todos con un estándar de talento que su líder y compositor principal ha mantenido como una ética de trabajo intransable. Enfocándonos en el presente más que en los nombres gloriosos de todas sus épocas, el ingreso del novel guitarrista finés Teemu Mäntysaari -titular y fundador de Wintersun– en reemplazo del saliente Kiko Loureiro fue un acierto más del Colorado, mucho más en instancias de gira mundial. Y es que el batazo con el flamante «The Sick, the Dying… and the Dead!» (2022), para muchos una placa a la altura del Megadeth más primigenio, se tradujo en una promoción en todo el orbe, en parte accidentada por la partida de Loureiro por razones familiares, pero que salió adelante sin peligrar en absoluto las fechas anunciadas en Sudamérica. Y si agregamos el trasfondo de Mustaine y su tratamiento del cáncer -por eso canceló lo que hubiese sido su actuación en el último festival Santiago Get’s Louder! con Slayer y Anthrax (2019)-, el retorno a Chile y otras ciudades del continente fue equivalente a la recepción de un héroe. O mejor dicho, un «supervillano» convertido en héroe.
Lo que significa Megadeth en Sudamérica, se puede resumir primero en el Sold-Out registrado en Santiago, apenas se anunció de manera oficial y con meses de antelación. Otros países fueron más afortunados y agendaron dos o tres fechas seguidas. Hay que verle el lado positivo en el caso chileno; la convocatoria que generan el mítico grupo californiano y su extrovertido líder e ideólogo es propia de una liturgia metalera por antonomasia. La jerarquía de Megadeth sobrepasa el Thrash Metal de su ecosistema y se extiende hacia quienes abrazan el Metal de guitarras virtuosas y riffs electrizantes. Lo otro que explica las 12 visitas a nuestro país a tablero vuelto (incluyendo el festival Maquinaria y su acto de apertura para Black Sabbath) es que Dave Mustaine no tiene dudas en meterle fichas al público sudamericano, destacando Chile y Argentina como los fans más apasionados. Para el arquitecto del Thrash Metal, un tipo que cuestiona sin pelos en la lengua los poderes fácticos de la vereda política que sea, Sudamérica es un público que vive una fiesta y es capaz de llenar un recinto arena como un deber de lealtad y compromiso con el mejor metal del mundo.
Con un Movistar Arena colmado hasta la bandera, el arranque con los chilenos de Saken fue con todo. ‘Fuck and Roll’, ‘The Last One’ y ‘Zyklon B’, conforman un set acotado en tiempo y cantidad, pero rico en la intensidad propia de un grupo de veteranos que se va en la suya. Con Carlos Cabezas al frente, y dominando el escenario en un recinto con temperatura de caldera, da gusto apreciar la solidez musical complementada con la actitud requerida en contexto de fiesta a lo grande. ‘Nasty Gods’ fue un highlight con la participación estelar de Heljarmadr, cantante de los blackers suecos Dark Funeral, radicado en Chile hace varios años e invitado estelar en una jornada para el recuerdo. Sin duda, un puntapié inicial brillante por parte de Saken, que por momentos ejerció de anfitrión, porque los chicos se lo propusieron así incluso antes de salir a tocar. Y así debiera ser siempre, no solamente abrir el acto estelar, sino ponerse a la altura y romperla con tus propias herramientas.
Pasaron volando los 30 minutos de espera, y fue cosa de que se apagaran las luces y sin más preámbulo que una intro de fondo para darle el ‘vamos!’ con ‘The Sick, the Dying… and the Dead!’. El corte titular de su última producción, brillante y energética en el directo como en el estudio, sin fisuras y mostrando a Megadeth en su mejor forma. Un Dave Mustaine pletórico y cuya voz desgastada, sin embargo, es una marca registrada que gana en expresión y distintivo personal, mientras que sus cualidades en las seis cuerdas son tanto un deleite como una cátedra obligatoria de guitarra metalera, no solamente en un género determinado. Al Colorado y Teemu imponiendo sus términos en las guitarras con intercambio de solos, sumemos el regreso de James LoMenzo, un bajista con presencia arrolladora en las bajas frecuencias y la estampa escénica, cuya labor en la base rítmica con el baterista Dirk Verbeuren es sinónimo de contundencia en todas sus líneas. De ahí a la clásica ‘Skin O’ My Teeth’, esto está empezando nomás y aquí no hay derecho a reclamo con tamaña muestra de jerarquía. Pegada y casi sin pausa, ‘Dystopia’ nos transporta un lustro en la década anterior, cuando Megadeth volvió a su estado de gracia después de unos cuantos años de poco revuelo y visitas seguidas hasta la saturación. Sin duda, la última década marcó el regreso de Mustaine y sus secuaces a los lugares de avanzada a nivel de lanzamientos, y aquello se refleja en el fulgoroso momento que los californianos viven hoy como referentes y dioses. Los solos de Teemu, tienen una factura de veterano que le da la razón -nuevamente- al ‘jefe’ cuando se refiere a la música y la identidad como prioridades por sobre el nombre de turno.
Y así como el presente es admirable, el pasado reclama su lugar con autoridad. La metralla de ‘Hangar 18’, su relato sobre los misterios del Area 51, complementado con la sección donde las guitarras se baten a duelo mientras el mundo se cae a pedazos… no es solo un clásico, sino el detonante de una multitud ya eufórica desde el comienzo, pero que acá ya levanta el puño entonando los ‘MEGADETH!… MEGADETH!’ en los quiebres que separan los solos, de manera automática, como un credo irrompible. Igual que en ‘Sweating Bullets’, con el Movistar Arena completo recitando el ‘Hello, me, meet the real me…’ como una declaración de principios y locura. Incluso la voz de Mustaine parece extraviar su volumen en esos instantes, pero la realidad es que las bandas como Megadeth generan algo irracional, en el buen sentido de la palabra. Al mismo tiempo, nos parece extraordinario la forma en que se mantiene la banda, más allá de los nombres, Clásicos que se mantienen como tal cuando hay un propósito que su líder y mente maestra defiende como estandarte de calidad en favor de lo que importa.
Tan mirada en menos que es ‘This Was My Life’, y todo lo que nos permite apreciar respecto al talento de Dave Mustaine para escribir canciones con melodías certeras y puñete metalero de alto calibre. Y su parecido con la siguiente ‘Angry Again’ -incluida en la banda sonora de ‘Last Action Hero’, protagonizada por Arnold Schwarzenegger es evidente, perfecto para que esta última aparezca en el repertorio con la superioridad propia de un clásico. Sí, es una jornada de clásicos por derecho propio y el camino que recorrió Megadeth gracias a la voluntad y sapiencia de Dave Mustaine, no cualquiera podría seguirlo de igual forma. Para eso, hay que tener la misma determinación que el riff inicial de ‘She-Wolf’, una que llega pegada y es coreada por los fans como himno de estadio. Lo mismo pasa en la altamente pegajosa ‘Trust’, sin la sección en español en medio pero generando la respuesta de un público que disfruta la música de Megadeth sin aferrarse a ningún dogma rebuscado. Por cierto, el trabajo de Dirk Verbeuren en la batería es monumental. Un baterista de clase mundial, con paso previo en Soilwork y Aborted, hoy aportando en Megadeth con un despliegue técnico que mantiene andando a la banda como una locomotora a vapor.
Pocas palabras para destacar lo que hace Dave Mustaine, un veterano que va a lo suyo, sin tantas palabras y enfocado en su tarea como músico versado mientras la música llega a la gente. ‘A Tout le Monde’ grafica la entrega de la leyenda a un público que pronuncia cada letra y coro en plena comunión musical. Echarse al bolsillo a un arena o estadio completo, incluyendo las melodías en las guitarras, ¿cuántos pueden jactarse de aquello? Y en el Metal, hay solo un sitial de honor para quienes logran tamaño nivel de trance. Con el mínimo de palabras y el poder del Metal más peligroso y devastador, como cuando Mustaine presenta ‘Tornado of Souls’ y lo demás que fluya como la historia. Cambia el estado de ánimo y la fiereza de los días del supremo ‘Rust In Peace’ (1990) se vuelven una atmosfera de locura y pasión ilimitada por las guitarras que le dan al Metal una razón de ser más allá de cualquier patrón establecido. Mustaine y Mäntysaari , el ‘Team M’ en acción, uno con el triple de experiencia que el otro, pero complementados en una idea de sonido, maestría y pelotas, lo que es Megadeth ayer y hoy.
El ‘aguante Megadeth!’ que acompaña la infaltable ‘Symphony of Destruction’, un paisaje propio del sur del mundo, en la parte más austral del Globo Terráqueo y totalmente irreplicable en otras latitudes. Poco que agregar en un pasaje donde el sudor y el fanatismo hasta la sangre pesan más que cualquier análisis de musicología, porque de eso se trata esto que tanto nos hace vibrar y romper la voz. A lo más, el riff inconfundible que ejerce de mantra metalero por definición, y la voz ‘hablada’ de Mustaine profesando el odio imperante hacia el status quo, un sentimiento que no mengua en absoluto, ni con su condición de estrella. Y tras una batería implacable de clásicos, también hay espacio para el presente, esta vez con la metralla devastadora de ‘We’ll be Back’. Donde encajaba otro número a la segura, aquí nos queda claro, y sin discusión que valga, que Megadeth no transa en absoluto su toque de peligro y escalafón.
Como alguien que aprovecha su tiempo y va a lo justo, Dave Mustaine aprovecha de acercarse a los extremos del escenario, solo para escuchar los gritos de devoción de sus fans incondicionales. Lo disfruta, lo respira, se nota que el tipo, más allá de su personalidad conflictiva, representa el sentimiento de un estilo musical que apunta contra la corrección política. Mustaine entiende sin problema lo que le gusta a los fans y a los no tanto. Y podríamos ahondar en todo eso si no fuera porque ‘The Mechanix’, con bengala en cancha incluida, hace su aparición como una balacera de Thrash químicamente puro, así como ‘Peace Sells’, con Vic Rattlehead acechando en el escenario, transforma la rabia de una sociedad enferma en catarsis. En el plano musical, se agradece lo que hace James LoMenzo, un tipo de bajo perfil en vivo pero dueño de una consistencia en el bajo mezclada con su carisma al momento de secundar a su ‘Jefe’ motivando al público.
El remate con ‘Holy Wars. The Punishment Due’, probablemente la canción definitiva de Megadeth, es esperable y, a la vez un espectáculo tanto en el escenario como en lo que genera en la cancha y otros sectores del recinto. La locura misma, la cátedra de guitarras metaleras en toda su forma, la denuncia contra quienes instigan desde sus escritorios a los pueblos para que se maten entre ellos. Sabemos que es la que siempre cierra cada concierto de Megadeth, pero el disfrute en vivo importa más que la estadística de afuera. Incluso estamos de acuerdo con quienes se muestran inconformes por la ausencia de otras joyas, sobre todo si en Perú estuvo presente ‘Devil’s Island’. Pero en el recuento final, con una banda que funciona como reloj y un líder que se aferra a lo suyo sin tener que rendir explicaciones al resto, Megadeth en vivo es una eucaristía de Metal y clase que nos deja sin aliento. Una fiesta para muchos. Para un prócer como Dave Mustaine, nunca será tarde ni temprano cuando tienes el arsenal a mano para descargar un tornado de balas ante quien se interponga en el camino.